martes, 9 de diciembre de 2014

¿Por qué hablamos de innovación y nos olvidamos de las personas?

Cuando hablamos de transformación, de cambio, de competitividad, en muchas ocasiones hacemos referencia a la innovación. Siendo ésta un elemento imprescindible en el éxito futuro de las empresas y las organizaciones, a veces se banaliza su uso y su importancia pues se ve como un fin cuando en realidad es un medio y, sin embargo, como medio, requiere muchos condicionantes dentro de la organización para que sea eficiente.

Desgraciadamente, la memoria del ser humano es débil y olvidamos fácilmente o, quizás, preferimos no recordar. Peter Drucker dice que “la cultura se desayuna cada mañana a la estrategia” y, sin embargo, cada mañana cientos de directivos ponen en marcha proyectos de innovación olvidándose de las personas y de la cultura empresarial.

No se puede empezar un proyecto de innovación sin convencer a la gente que debe cambiar, porque la innovación es un proceso de cambio, tanto en la forma de pensar como en la forma de actuar. Los procesos de innovación afectan a toda la compañía, desde la dirección general hasta el personal operativo debe ser consciente y participe del objetivo del proyecto de innovación. Sin cambio cultural no puede haber un cambio hacía la innovación en una empresa tradicional, no vale con decir vamos a innovar para vender más. Si cambio mis productos y no cambio, formo o preparo a mi equipo de ventas, ¿cómo puedo esperar vender más?

Innovar implica liderazgo, pero liderazgo participativo. Recuerdo un consultor externo en una compañía en la que trabaje, una persona realmente brillante, con una capacidad de comunicación sin igual, reconocido en el mercado y con un liderazgo natural. Era tan líder que, salvo el presidente, ningún directivo de la compañía se atrevía si quiera a toserle. Desgraciadamente nadie está en posesión de la verdad o, al menos, todas las verdades son mejorables.

Existe cada vez más en compañías en puesto de director de innovación, hace un par de semanas quedé con uno a comer. Estaba realmente interesado en que me contase cómo estaban abordando los proyectos, el cambio, la aproximación al cliente, el entorno participativo, después de la comida, me explicó que realmente había un comité que analizaba (sesgaba) la información recibida y confirmaba las suposiciones (ideas) de la dirección general. No pude evitar recordar la anécdota del lanzamiento del nuevo sabor de Coca Cola en los años 80, cuando Roberto Goizueta, tras unos test ciegos de producto, embarcó a la compañía en una decisión que le costó muchos años de recuperarse como consecuencia de “tener que” cambiar. Innovar no es una forma de justificar decisiones, es adaptarse y adelantarse al mercado. Steve Jobs, decía que “no se pueden crear productos después de analizar grupos cerrados, a veces no saben exactamente lo que quieren”, es verdad, pero Jobs era único.

En la misma compañía que comenté antes, recuerdo que un Jefe de Producto que, un día, después de meses de desarrollo de un producto “revolucionario” se me acercó y me preguntó cuántas unidades se iban a vender. Sorprendido le respondí que me lo dijera él que se suponía había preparado los estudios de mercado para el cliente final y para el canal. Un año después tuvo menos del 0,5% de aportación a la facturación de la compañía.

Evidentemente hay que ser proactivos hacía el mercado, es clave, estratégico para las compañías en la búsqueda del éxito y es un punto crítico en el proceso de innovación pero teniendo claro el cuadrante estratégico de los segmentos de clientes a los que se dirige o quiere dirigir e, indiscutiblemente, gestionando las curvas de valor asociadas a los mismos.


Hay que dirigir personas y organizaciones, no pensar que una visión llega hasta el final sin recorrer un camino.

domingo, 12 de octubre de 2014

Año 2.014. Bienvenidos a la sociedad de la desinformación

Año 2.014, estamos en plena era digital y de la sociedad de la información, y, sin embargo, probablemente es el mayor momento de indefensión social de la era moderna.

Una clase política corrupta que ha provocado el desencanto de una sociedad cansada de mentiras, medias verdades, decisiones dudosas con  un doble trasfondo en sus objetivos y, sobre todo, falta de líderes convincentes y creíbles en los que poder recuperar la confianza. Donde la izquierda y la derecha han muerto, sus convicciones e ideales, tanto económicos como sociales, están colmados de incoherencias por ambos lados. Desde los servicios sociales gratuitos pero sin querer pagar impuestos para tenerlos o el más puro egoísmo de grupos que se autocalifican como demócrata-cristianos, cada paso que se da es un nuevo punto hacía esa incoherencia anteriormente referida y que nos recuerda que en 50 años el sentir la sociedad, quizás, haya cambiado menos de lo que se puede pensar. No tendría más de 10 años cuando leyendo un artículo sobre The Rolling Stones que se refería a (I cant get no) Satisfaction como la canción que mejor trataba el sentir de una generación. Más de 50 años después podríamos decir que la situación no ha cambiado en absoluto, porque por mucho que intentemos cambiar el mundo y nuestro entorno, de momento, no sirve de nada.

Éste sentir está teniendo su reflejo en distintos fenómenos sociales que se están produciendo. Desde iniciativas separatistas temerarias a la aparición de grupos políticos con programas utópicos, y en ambos casos, con un notable nivel de seguimiento social consecuencia del desencanto generado. Además, si no fuera suficiente con la situación, tienen poderosos aliados: un nivel cultural que quizás no es el deseado, nuevos medios de comunicación difíciles de gestionar con éxito pero de gran impacto  y una situación económica que ayuda a que decisiones o planteamientos temerarios sean escuchados con un entusiasmo difícil de creer.

Así, la sociedad de la información, en la que se presume que todos tenemos el conocimiento necesario para sacar nuestras propias conclusiones, se ha fusionado con la sociedad del desencanto, ávida de escuchar noticias, tanto buenas como malas, que den esperanza o que aviven el desencuentro social indistintamente. El resultado, nunca la gestión de la información había tenido tanto impacto como en el momento actual; vivimos al instante escándalos sociales y políticos, desconocemos si las noticias son reales o cortinas de humo, centrar el foco de la atención pública es sencillo, todos somos influenciables por todo y siempre tenemos la capacidad de crearnos nuestras opiniones e, inconscientes de nuestra ignorancia, compartirlas sin pudor.

Y, la verdad, es que independientemente de nuestro conocimiento y de la solidez de nuestras opiniones, estamos a merced de las informaciones que recibimos. Podremos decir que esto ha sido siempre así pero ahora existe un efecto amplificador, ya que no sólo estamos condicionados por los medios de comunicación tradicionales como en el pasado, si no que además tenemos centenares de impactos provenientes de otras fuentes, en especial de los “Social Media”, que contrastadas o no, condicionan nuestra visión de los acontecimientos creando certeza sobre la confusión y confusión sobre la certeza, independientemente de la realidad de los hechos.

Meses atrás Jordi Evolé, con su genialidad habitual, inventó una historia provocando que, durante un par de horas, toda sociedad española se preguntase si el 23-F había sido un fraude y si todo era una invención. Al igual que Orson Wells que, en su famoso relato radiofónico sobre la Guerra de los Mundos, consiguió un auténtico revuelo, generando caos y confusión, hizo que una historia de ficción pareciese tan real como la vida misma, creíble y convincente. En ambos casos las historias que, pensadas en frío, parecerían una locura o una alucinación pero que uniendo la sorpresa, el realismo y, por supuesto, una gran dosis de magia en el arte de la comunicación, sumieron en un mundo de ficción a millones de personas. Si lo comparamos con la situación que vivimos este Octubre en España ambas historias parecen un juego de niños.

Este Octubre español podrá pasar a la historia por muchas cosas, pero cualquiera de ellas, por real que sea, parecerá más propia de una novela o una película que de la vida real. ¿Qué pasa si todo es una “Cortina de Humo”, como en la película de Barry Levinson, basada en la novela “American Hero” de Larry Beinhart?, en la misma, un asesor del gobierno estadounidense (Robert De Niro) que contrata a un reconocido productor de cine (Dustin Hoffman) para narrar con todo detalle una guerra con Albania, distrayendo así al público de un escándalo sexual que involucra al presidente. Por supuesto, para que todo sea más real y, sobre todo, más impactante, hay una situación límite y, lógicamente, un héroe, porque como también dicen en L.A. Confidential, siempre tiene que haber un héroe.

La crisis del ébola y el escándalo de las tarjetas negras de Bankia, son de por si suficientemente increíbles para ser el guión de una película. Si no es difícil entender como se pueden hacer tan mal las cosas y, además en un mismo momento del tiempo pero y si todo es una ficción, y si el único objetivo es desviar la atención y llevarnos al final que quieren, y si… demasiados y si, pero ¿qué sabemos en realidad?

Es tal el despropósito que nadie puede pensar que es real. No voy a entrar si debían traer a los dos infectados o no, pero si se deciden traer debe haber un plan de acción claro, con protocolos definidos y con planes de contingencia perfectamente orquestados para evitar problemas posteriores. Pero independientemente del desastre organizativo todo parece parte del guión de una película: la historia de Excalibur; un Consejero de Sanidad sin un átomo de humanidad y con una visión política negativa; la atención médica que le envía al Hospital de Alcorcón; una Ministra que acaba de cabeza de turco; un caos en las redes sociales y en las herramientas de comunicación digitales; desde Facebook a Whats App; un escándalo económico en paralelo; el problema de Cataluña; y, por supuesto, una Teresa Romero luchando por su vida. Merece, quede claro, mi máximo respeto y admiración, y estoy seguro todos esperamos pueda recuperarse lo antes posible. Víctima inocente de decisiones políticas que, como de costumbre, dejaban demasiados cabos sueltos al azar.

Pero y, ojalá fuera así, si (casi) todo es ficción. Y si no existe Teresa y es una forma de desviar la atención para que luego se salve milagrosamente una vez hayamos pasado la vergüenza de las tarjetas y la situación de Cataluña en segundo plano, porque ¿alguien ha visto a Teresa?. Eso sí, en el camino, el caos, quejas al gobierno y manifestaciones. Pero si todo sale bien, ponen una cabeza de turco, la lenta y poco planificadora Ministra, y una heroína, Teresa.  Y este gobierno, implicado con los que ayudan a los necesitados, salva vidas y da una solución brillante tras un inicio desastroso de gestión.

O peor, y si incluso ha fallecido ya, y no lo cuentan para evitar la histeria y el caos general. A todo esto hay que añadirle, cartas enviadas por medios digitales, foros con todo el mundo opinando, revuelo social por la ocurrido con Excalibur, mensajes confusos por los medios de comunicación, el desastre del protocolo, etcétera. Evidentemente, entre todos estos “y si”, lo más probable es que realmente, una vez más, la realidad supera a la ficción. La desgracia es real, los incompetentes también. Dios quiera que Teresa se recupere y que todo quede en un susto. 

En el fondo, en medio de la sociedad digital, de la sociedad de la información, la única realidad es que no sabemos nada, absolutamente nada. Los políticos, faltos de ética, en muchos casos corruptos y buscando su propio interés en vez del bien social, creo que hasta se podría poner en duda su propia capacidad o, al menos, la de muchos de ellos. La prensa, entre presiones políticas y su propia ignorancia, es un elemento fantástico para decirnos lo que los políticos quieren que escuchemos, cuando no hay sesgo voluntario ofrecen la visión limitada y parcial de la información que tienen. Y qué decir de las redes sociales, con un efecto amplificador increíble y, a la vez, fácilmente manipulables. Siempre se ha dicho que la masa no piensa, la masa siente y es fácilmente dirigible; las redes sociales les han dado un poder increíble, sin embargo, ¿y si es un poder gestionable?, cierto es que no sería fácil de controlar pero quién dice que no hay líderes de opinión para los Social Media con el único objetivo de influenciar a la gente y llevarles hacia donde, nuevamente, quieren ubicarles.
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Una vez, el dueño de la empresa en la que trabajé, me dijo: “Santi, hoy has hecho un trabajo excelente”. Le miré sorprendido por la afirmación tras una reunión en la que había permanecido callado durante 2 horas. “A veces es mejor permanecer callado y parecer tonto que abrir la boca disipar todas las sospechas” concluyó dejándome pensativo. Quizás, en aquel momento, no aprecié el consejo, hoy es una de las máximas que intento seguir en mi vida, porque probablemente somos unos absolutos ignorantes sobre lo que realmente sucede a nuestro alrededor. Al fin y al cabo, estamos en la sociedad de la desinformación.