Año 2.014, estamos en plena era digital y de la sociedad de
la información, y, sin embargo, probablemente es el mayor momento de
indefensión social de la era moderna.
Una clase política corrupta que ha provocado el desencanto
de una sociedad cansada de mentiras, medias verdades, decisiones dudosas
con un doble trasfondo en sus objetivos
y, sobre todo, falta de líderes convincentes y creíbles en los que poder
recuperar la confianza. Donde la izquierda y la derecha han muerto, sus
convicciones e ideales, tanto económicos como sociales, están colmados de
incoherencias por ambos lados. Desde los servicios sociales gratuitos pero sin
querer pagar impuestos para tenerlos o el más puro egoísmo de grupos que se
autocalifican como demócrata-cristianos, cada paso que se da es un nuevo punto
hacía esa incoherencia anteriormente referida y que nos recuerda que en 50 años
el sentir la sociedad, quizás, haya cambiado menos de lo que se puede pensar.
No tendría más de 10 años cuando leyendo un artículo sobre The Rolling Stones
que se refería a (I cant get no) Satisfaction como la canción que mejor trataba
el sentir de una generación. Más de 50 años después podríamos decir que la
situación no ha cambiado en absoluto, porque por mucho que intentemos cambiar
el mundo y nuestro entorno, de momento, no sirve de nada.
Éste sentir está teniendo su reflejo en distintos fenómenos
sociales que se están produciendo. Desde iniciativas separatistas temerarias a
la aparición de grupos políticos con programas utópicos, y en ambos casos, con
un notable nivel de seguimiento social consecuencia del desencanto generado.
Además, si no fuera suficiente con la situación, tienen poderosos aliados: un
nivel cultural que quizás no es el deseado, nuevos medios de comunicación
difíciles de gestionar con éxito pero de gran impacto y una situación económica que ayuda a que
decisiones o planteamientos temerarios sean escuchados con un entusiasmo
difícil de creer.
Así, la sociedad de la información, en la que se presume que
todos tenemos el conocimiento necesario para sacar nuestras propias
conclusiones, se ha fusionado con la sociedad del desencanto, ávida de escuchar
noticias, tanto buenas como malas, que den esperanza o que aviven el
desencuentro social indistintamente. El resultado, nunca la gestión de la
información había tenido tanto impacto como en el momento actual; vivimos al
instante escándalos sociales y políticos, desconocemos si las noticias son
reales o cortinas de humo, centrar el foco de la atención pública es sencillo,
todos somos influenciables por todo y siempre tenemos la capacidad de crearnos
nuestras opiniones e, inconscientes de nuestra ignorancia, compartirlas sin
pudor.
Y, la verdad, es que independientemente de nuestro
conocimiento y de la solidez de nuestras opiniones, estamos a merced de las
informaciones que recibimos. Podremos decir que esto ha sido siempre así pero
ahora existe un efecto amplificador, ya que no sólo estamos condicionados por
los medios de comunicación tradicionales como en el pasado, si no que además
tenemos centenares de impactos provenientes de otras fuentes, en especial de
los “Social Media”, que contrastadas o no, condicionan nuestra visión de los
acontecimientos creando certeza sobre la confusión y confusión sobre la certeza,
independientemente de la realidad de los hechos.
Meses atrás Jordi Evolé, con su genialidad habitual, inventó
una historia provocando que, durante un par de horas, toda sociedad española se
preguntase si el 23-F había sido un fraude y si todo era una invención. Al
igual que Orson Wells que, en su famoso relato radiofónico sobre la Guerra de
los Mundos, consiguió un auténtico revuelo, generando caos y confusión, hizo
que una historia de ficción pareciese tan real como la vida misma, creíble y
convincente. En ambos casos las historias que, pensadas en frío, parecerían una
locura o una alucinación pero que uniendo la sorpresa, el realismo y, por
supuesto, una gran dosis de magia en el arte de la comunicación, sumieron en un
mundo de ficción a millones de personas. Si lo comparamos con la situación que
vivimos este Octubre en España ambas historias parecen un juego de niños.
Este Octubre español podrá pasar a la historia por muchas
cosas, pero cualquiera de ellas, por real que sea, parecerá más propia de una
novela o una película que de la vida real. ¿Qué pasa si todo es una “Cortina de
Humo”, como en la película de Barry Levinson, basada en la novela “American
Hero” de Larry Beinhart?, en la misma, un asesor del gobierno estadounidense (Robert
De Niro) que contrata a un reconocido productor de cine (Dustin Hoffman) para
narrar con todo detalle una guerra con Albania, distrayendo así al público de
un escándalo sexual que involucra al presidente. Por supuesto, para que todo
sea más real y, sobre todo, más impactante, hay una situación límite y,
lógicamente, un héroe, porque como también dicen en L.A. Confidential, siempre
tiene que haber un héroe.
La crisis del ébola y el escándalo de las tarjetas negras de
Bankia, son de por si suficientemente increíbles para ser el guión de una
película. Si no es difícil entender como se pueden hacer tan mal las cosas y,
además en un mismo momento del tiempo pero y si todo es una ficción, y si el
único objetivo es desviar la atención y llevarnos al final que quieren, y si… demasiados
y si, pero ¿qué sabemos en realidad?
Es tal el despropósito que nadie puede pensar que es real.
No voy a entrar si debían traer a los dos infectados o no, pero si se deciden
traer debe haber un plan de acción claro, con protocolos definidos y con planes
de contingencia perfectamente orquestados para evitar problemas posteriores. Pero
independientemente del desastre organizativo todo parece parte del guión de una
película: la historia de Excalibur; un Consejero de Sanidad sin un átomo de
humanidad y con una visión política negativa; la atención médica que le envía
al Hospital de Alcorcón; una Ministra que acaba de cabeza de
turco; un caos en las redes sociales y en las herramientas de comunicación
digitales; desde Facebook a Whats App; un escándalo económico en paralelo; el
problema de Cataluña; y, por supuesto, una Teresa Romero luchando por su vida. Merece, quede claro, mi máximo respeto y admiración, y estoy seguro
todos esperamos pueda recuperarse lo antes posible. Víctima inocente de
decisiones políticas que, como de costumbre, dejaban demasiados cabos sueltos
al azar.
Pero y, ojalá fuera así, si (casi) todo es ficción. Y si no
existe Teresa y es una forma de desviar la atención para que luego se salve
milagrosamente una vez hayamos pasado la vergüenza de las tarjetas y la
situación de Cataluña en segundo plano, porque ¿alguien ha visto a Teresa?. Eso
sí, en el camino, el caos, quejas al gobierno y manifestaciones. Pero si todo
sale bien, ponen una cabeza de turco, la lenta y poco planificadora Ministra, y una heroína,
Teresa. Y este gobierno, implicado con
los que ayudan a los necesitados, salva vidas y da una solución brillante tras
un inicio desastroso de gestión.
O peor, y si incluso ha fallecido ya, y no lo cuentan para
evitar la histeria y el caos general. A todo esto hay que añadirle, cartas
enviadas por medios digitales, foros con todo el mundo opinando, revuelo social
por la ocurrido con Excalibur, mensajes confusos por los medios de
comunicación, el desastre del protocolo, etcétera. Evidentemente, entre todos
estos “y si”, lo más probable es que realmente, una vez más, la realidad supera
a la ficción. La desgracia es real, los incompetentes también. Dios quiera que Teresa se recupere y que todo quede en un susto.
En el fondo, en medio de la sociedad digital, de la sociedad
de la información, la única realidad es que no sabemos nada, absolutamente
nada. Los políticos, faltos de ética, en muchos casos corruptos y buscando su
propio interés en vez del bien social, creo que hasta se podría poner en duda
su propia capacidad o, al menos, la de muchos de ellos. La prensa, entre
presiones políticas y su propia ignorancia, es un elemento fantástico para
decirnos lo que los políticos quieren que escuchemos, cuando no hay sesgo
voluntario ofrecen la visión limitada y parcial de la información que tienen. Y
qué decir de las redes sociales, con un efecto amplificador increíble y, a la
vez, fácilmente manipulables. Siempre se ha dicho que la masa no piensa, la
masa siente y es fácilmente dirigible; las redes sociales les han dado un poder
increíble, sin embargo, ¿y si es un poder gestionable?, cierto es que no sería
fácil de controlar pero quién dice que no hay líderes de opinión para los
Social Media con el único objetivo de influenciar a la gente y llevarles hacia
donde, nuevamente, quieren ubicarles.
o debemos olen
gestionadas efecto amplificador incre pol.de comunicaciros con todo el mundo
opinando, en las herramientas de co
Una vez, el dueño de la empresa en la que trabajé, me dijo:
“Santi, hoy has hecho un trabajo excelente”. Le miré sorprendido por la afirmación
tras una reunión en la que había permanecido callado durante 2 horas. “A veces
es mejor permanecer callado y parecer tonto que abrir la boca disipar todas las
sospechas” concluyó dejándome pensativo. Quizás, en aquel momento, no aprecié
el consejo, hoy es una de las máximas que intento seguir en mi vida, porque
probablemente somos unos absolutos ignorantes sobre lo que realmente sucede a
nuestro alrededor. Al fin y al cabo, estamos en la sociedad de la
desinformación.